Esta semana me encuentro en Cancún, participando en el IMRC 2025, el congreso de materiales más grande de México. Entre conferencias, charlas y presentaciones de avances en nanotecnología y biotecnología, me sorprendió algo tan cotidiano como fundamental: el protector solar. En un destino donde el sol es protagonista, pensé en la sofisticada ingeniería que hay detrás de esa crema que aplicamos sin mayor reflexión… y que, en realidad, es un escudo de alta tecnología.
En un día de playa, una caminata en la ciudad o incluso trabajando al aire libre, la piel queda expuesta a un enemigo silencioso: la radiación ultravioleta. Y aunque el sol es fuente de vida, también puede dañar nuestro ADN, acelerar el envejecimiento y provocar cáncer de piel. La respuesta está en un invento cotidiano que parece simple, pero es producto de años de investigación: el protector solar.
La luz solar que nos broncea o quema no es visible. Se trata de radiación UV-A, que penetra hasta las capas profundas de la piel y causa envejecimiento prematuro; UV-B, responsable de quemaduras e inflamación; y UV-C, que no llega a la superficie gracias a la capa de ozono. Un buen protector solar debe cubrir, como un escudo invisible, contra al menos las dos primeras.
Los protectores funcionan gracias a dos tipos de filtros. Los físicos o minerales, que usan partículas como óxido de zinc o dióxido de titanio que reflejan y dispersan la radiación, como pequeños espejos microscópicos. Y los químicos u orgánicos, que emplean moléculas capaces de absorber la energía de los rayos UV y transformarla en calor inocuo, como esponjas moleculares que neutralizan la radiación. Muchos productos actuales combinan ambas estrategias para ofrecer una protección más completa y estética, sin la clásica “cara blanca” de los filtros antiguos.
El número mágico que solemos leer en el envase es el FPS, el factor de protección solar. Indica cuánto tiempo adicional puedes permanecer al sol sin quemarte en comparación con no usar protección. Un FPS 30 significa que, en teoría, podrías exponerte 30 veces más antes de enrojecerte, aunque en la práctica influyen la cantidad aplicada, la sudoración y el agua, por lo que los dermatólogos recomiendan reaplicar cada dos horas.
La innovación actual apunta a fórmulas con nanotecnología: nanopartículas de dióxido de titanio transparentes, filtros fotoestables que no se degradan con el sol y protectores biodegradables para reducir el impacto en arrecifes y ecosistemas marinos. Incluso se investiga en bacterias marinas que producen compuestos naturales capaces de bloquear radiación, con miras a crear protectores inspirados en la biología.
Aplicar protector solar puede parecer un acto trivial, pero es el resultado de química, física, materiales y biología trabajando juntos para proteger el órgano más grande del cuerpo: la piel. Es una ingeniería invisible, diseñada para absorber, reflejar y disipar lo que no podemos ver.
Y recordemos que: “La piel es el espejo de nuestra salud y de nuestro tiempo; cuidarla es cuidar la vida misma.” — Thomas B. Fitzpatrick
El Ingeniero Regio
Dr. José Rubén Morones Ramírez
- Profesor e Investigador
- Centro de Investigación en Biotecnología y Nanotecnología (CIByN)
- Facultad de Ciencias Químicas
- Universidad Autónoma de Nuevo León.
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