Con la llegada de la Semana Santa, resulta interesante mirar hacia esas monumentales construcciones religiosas que no solo simbolizan la devoción de millones de personas, sino que también representan auténticas hazañas de la ingeniería. Pensemos en las catedrales góticas de Europa, cuyos arcos apuntados y arbotantes permitieron levantar muros altísimos sin colapsar. Aquellos ingenieros, sin computadoras ni materiales modernos, resolvieron problemas de carga, vibración y resistencia, dando forma a estructuras que han sobrevivido por siglos.
Un ejemplo impresionante es la Catedral de Notre Dame en París. Su techo, dañado en el reciente incendio, descansaba sobre un entramado de vigas de madera centenaria y fue diseñado para distribuir el peso hacia los contrafuertes exteriores. O la Basílica de San Pedro en Roma, que introdujo una gigantesca cúpula inspirada en los conocimientos de la época renacentista. Todas estas maravillas ilustran cómo la ingeniería civil, basada en la geometría y la observación empírica, influyó de manera decisiva en la arquitectura religiosa.
Aquí en México, construcciones como la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México o la imponente Catedral Metropolitana combinan materiales tradicionales (piedra y mampostería) con innovaciones de la época colonial. La resistencia de sus bóvedas y pilares, diseñados para soportar la actividad sísmica, ha sido puesta a prueba más de una vez. Cada arco, cada columna y cada cúpula cuentan una historia de ingenio, cálculo y, por supuesto, un profundo sentido de fe hecho arquitectura.
El Ingeniero Regio
Dr. José Rubén Morones Ramírez
- Profesor e Investigador
- Centro de Investigación en Biotecnología y Nanotecnología (CIByN)
- Facultad de Ciencias Químicas
- Universidad Autónoma de Nuevo León
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