Esta semana tuve la oportunidad de asistir a un congreso en Caborca, Sonora, una región donde el sol domina el paisaje y el agua se vuelve más que un recurso: un desafío de ingeniería. Ver cómo la vida florece en medio del desierto me inspiró a reflexionar sobre el ingenio humano detrás de algo que damos por hecho: el riego.
En un lugar donde las lluvias son escasas y las temperaturas rozan los 40 grados, cada gota cuenta. Los sistemas de riego en los campos de cultivo son mucho más que simples mangueras: son redes de precisión que distribuyen el agua gota a gota, con sensores que miden humedad, presión y temperatura, y con válvulas que se abren solo cuando el suelo lo necesita. Es ingeniería que no se ve, pero que mantiene viva la agricultura y, con ella, la economía local.
El riego por goteo, inventado en los años sesenta en Israel, cambió para siempre la forma de cultivar en regiones áridas. Hoy, esa misma tecnología permite que hortalizas florezcan donde antes solo había tierra seca. En una región como Caborca, que además de su clima extremo es uno de los mayores productores de espárrago en México, el riego preciso no es un lujo: es una condición para la producción. Cada metro de tubería y cada gota controlada hacen posible que los campos verdes contrasten con la arena dorada del desierto.
Y más allá del campo, la enseñanza es universal: usar el agua con inteligencia. En casa, cerrar una llave, recolectar agua de lluvia o elegir sistemas de ahorro no son actos pequeños. Son versiones domésticas de la misma ingeniería que hace posible que el desierto dé frutos.
En Caborca entendí que el verdadero lujo no está en tener más agua, sino en saber usarla mejor. Porque cada gota, bien dirigida, puede ser una semilla.
Y recordemos que: “Donde falta el agua, sobra la inteligencia.” — Proverbio del Desierto
El Ingeniero Regio
Dr. José Rubén Morones Ramírez
- Profesor e Investigador
- Centro de Investigación en Biotecnología y Nanotecnología (CIByN)
- Facultad de Ciencias Químicas
- Universidad Autónoma de Nuevo León.
