Cada mañana, millones de personas en México y en el mundo comienzan su día con el mismo ritual: preparar una taza de café. El aroma, el calor y el sabor nos parecen simples y familiares, pero detrás de ese líquido oscuro hay una coreografía de física, química y diseño que lo convierte en una verdadera obra de ingeniería cotidiana.
El viaje comienza en el grano. El café no es negro al cosecharse: las semillas verdes del fruto necesitan pasar por un proceso de tostado que desencadena reacciones químicas complejas, conocidas como reacciones de Maillard. Bajo temperaturas de entre 180 y 240 °C, los azúcares y aminoácidos del grano producen cientos de compuestos aromáticos. Ese “crack” que suena en el tostador no es solo un ruido: es la señal de que los gases internos han roto la estructura celular, abriendo paso a la magia aromática.
La molienda, un punto clave
El siguiente paso es la molienda. Un mismo grano puede producir un espresso intenso o un café aguado, y la diferencia está en el tamaño de las partículas. Cuanto más fino se muele, mayor es el área de contacto con el agua y más rápida es la extracción de compuestos. Pero si es demasiado fino, se obstruye el filtro y el resultado es amargo. Ajustar la molienda es un ejercicio de ingeniería de materiales aplicado a un alimento.
Cuando el agua caliente entra en contacto con el café molido, ocurre la extracción. Aquí entran en juego variables críticas: la temperatura (ideal entre 90 y 96 °C), la presión (9 bares en un espresso) y el tiempo de contacto. Es un sistema termodinámico en miniatura. En el espresso, la alta presión emulsiona aceites y forma la crema dorada. Cuando es café de filtro, el agua fluye por gravedad, generando un perfil más ligero. En ambos casos, la ingeniería detrás es ajustar la energía del agua para liberar compuestos solubles de manera equilibrada.
También las cafeteras
Las cafeteras son dispositivos de ingeniería adaptados a distintos estilos de vida. Desde la simplicidad de la prensa francesa —un pistón que separa sólidos de líquidos— hasta la precisión de las máquinas de espresso —con bombas, calderas y termostatos—, todas buscan lo mismo: optimizar la transferencia de energía y materia para producir sabor. Incluso las cápsulas modernas condensan un sistema de presión, dosificación y sellado en un cartucho desechable.
El café es un ejemplo perfecto de cómo la ingeniería se infiltra en lo cotidiano. Desde la reacción química que libera el aroma hasta la máquina que controla presión y temperatura, cada taza es un laboratorio portátil. Lo cotidiano, aquí, es también lo extraordinario.
Y recordemos que: “La ciencia del café es la ciencia de la vida: energía, química y calor en equilibrio.” — Illycaffè Research Institute
El Ingeniero Regio
Dr. José Rubén Morones Ramírez
- Profesor e Investigador
- Centro de Investigación en Biotecnología y Nanotecnología (CIByN)
- Facultad de Ciencias Químicas
- Universidad Autónoma de Nuevo León.
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