A menudo imaginamos a los científicos como mentes metódicas que planean cada paso, pero la verdad es que muchos avances han ocurrido gracias a un toque de fortuna y la capacidad de observar con atención.
El ejemplo más famoso es el de Alexander Fleming, quien en 1928 notó que alrededor de un hongo, que contaminó sus experimentos de forma accidental, crecía un halo libre de bacterias. Así nació la penicilina, revolucionando el tratamiento de infecciones y salvando millones de vidas.
Otro caso emblemático es el del ingeniero Percy Spencer, quien descubrió el poder de las microondas cuando un chocolate en su bolsillo se derritió mientras trabajaba en radares militares; de ese pequeño incidente surgieron los hornos de microondas.
Incluso el invento de los Post-it provino de una “equivocación productiva”: Spencer Silver buscaba un adhesivo fuerte, pero obtuvo uno débil… que resultó perfecto para notas removibles.
En México también contamos con historias de hallazgos fortuitos. Por ejemplo, las aguas minerales de Topo Chico, en Nuevo León, deben su fama a exploradores que notaron las propiedades particulares de un manantial burbujeante.
Aquello que parecía tan solo agua con gas terminó estableciendo una empresa que hoy se ha expandido a nivel internacional, gracias a su característico sabor y supuestos beneficios para la salud.
¿Te imaginas cuántas oportunidades pasan de largo porque no les prestamos suficiente atención? La próxima vez que te encuentres con un contratiempo, recuerda que podría ser la semilla de un gran descubrimiento. Al final, como dicen, la suerte favorece a las mentes más preparadas.
El Ingeniero Regio
Dr. José Rubén Morones Ramírez:
- Profesor e Investigador
- Centro de Investigación en Biotecnología y Nanotecnología (CIByN)
- Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
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