Hay un brillo especial en los ojos de un niño cuando desarma su primer juguete para ver “qué hay adentro“. Ese momento, que a los adultos puede parecernos una simple travesura, en realidad es el inicio de un proceso que combina observación, experimentación y una buena dosis de imaginación: justo los ingredientes principales de la ingeniería.
Cada 30 de abril, en México, celebramos el Día del Niño y con ello, la curiosidad innata que les mueve a hacer preguntas como “¿por qué vuela un avión?“ o “¿cómo se enciende la tele?“. Ese afán por descubrir el mundo no se limita a quienes sueñan con ser ingenieros; permea todas las áreas del conocimiento y, sobre todo, impulsa la creatividad. El reto para los adultos es no apagar esa llama con respuestas apresuradas o frases como “no toques“ o “así no se hace“. Más bien, se trata de aprovechar su entusiasmo, dejar que experimenten y acompañarlos en el camino.
Hoy, existen kits de robótica, aplicaciones interactivas o simplemente juegos de bloques que ayudan a canalizar ese empuje. Pero no es cuestión de bombardearlos con tecnología; lo esencial es incentivar su capacidad de asombro, permitir que fallen y vuelvan a intentarlo. ¿El resultado? Niños más seguros, con una visión práctica de cómo abordar los problemas y con la convicción de que cualquier idea puede tomar forma si ponen manos a la obra.
En este Día del Niño, reflexionemos sobre la importancia de nutrir esa chispa que, con el tiempo, puede dar lugar a inventores, científicos y emprendedores. Después de todo, cada gran proyecto de la humanidad nació de alguien que, alguna vez, quiso saber “cómo funciona el mundo” y se atrevió a descubrirlo. Hay que recordar que:
“La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado, mientras que la imaginación rodea el mundo.“ — Albert Einstein
El Ingeniero Regio
Dr. José Rubén Morones Ramírez
- Profesor e Investigador
- Centro de Investigación en Biotecnología y Nanotecnología (CIByN)
- Facultad de Ciencias Químicas
- Universidad Autónoma de Nuevo León
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