Ayer se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente, y pocas escenas ilustran mejor los dilemas del consumo moderno que el crujido de una botella al ser desechada. Ese envase transparente, común en oficinas, tiendas y gimnasios, está hecho de tereftalato de polietileno (PET), un polímero creado en 1941 como fibra textil y adaptado en 1973 para embotellar bebidas carbonatadas sin el peso ni fragilidad del vidrio.
En Nuevo León, se generan 6 271 toneladas de residuos al día, y cada habitante produce 1.22 kg diarios. La buena noticia: seis de cada diez botellas de PET ya se reciclan gracias a iniciativas como Con Todo Por Favor, que ha instalado más de 100 puntos de acopio en el área metropolitana de Monterrey. A esto se suma la operación de PetStar, la planta “botella-a-botella” más grande del mundo, donde las botellas usadas vuelven a convertirse en nuevas.
Un papel positivo
Pocas veces se reconoce, pero el plástico tuvo un papel positivo en su origen: en el siglo XX ayudó a reducir la presión sobre los bosques al sustituir cajas, bolsas y embalajes de madera o papel. Sin embargo, esa solución trajo consigo un nuevo problema: cuando no se recicla, el PET puede persistir por siglos, fragmentándose en microplásticos que ya aparecen en océanos, alimentos, pulmones y hasta en gotas de lluvia.
Detrás de una simple botella hay ingeniería avanzada. Su densidad (1,37 g/cm³) y su barrera al CO₂ permiten conservar la efervescencia de las bebidas; su geometría soporta altas presiones sin deformarse. Empresas regiomontanas como Alpek lideran la producción nacional de resinas vírgenes y recicladas, y hoy apuntan a reciclar 15 mil millones de botellas al año. En paralelo, tecnologías emergentes como enzimas PETasa y MHETasa—derivadas de bacterias capaces de degradar plásticos a temperatura ambiente—prometen una nueva generación de reciclaje más limpia y eficiente.
Transformar cada botella en un recurso y no en un residuo implica acciones simples: separar residuos en casa, aprovechar los contenedores públicos y preferir productos elaborados con r-PET. Así, Monterrey puede pasar de ser capital embotelladora a referente de innovación climática y economía circular.
Y recordemos que: “No existen materiales malos, sino sistemas mal diseñados.” — William McDonough
El Ingeniero Regio
Dr. José Rubén Morones Ramírez
Profesor e Investigador
Centro de Investigación en Biotecnología y Nanotecnología (CIByN)
Facultad de Ciencias Químicas
Universidad Autónoma de Nuevo León.
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