Con el Cirque Inextremiste, un espectáculo que desafía cualquier intento de descripción arrancó la edición 17 del Festival Internacional Santa Lucía.
Y aunque el Cerro de la Silla no se quitó el sombrero para recibir a los invitados internacionales, se inauguró una celebración que se ha consolidado como un espacio indispensable para el intercambio cultural en Nuevo León.
La ceremonia inaugural contó con la presencia de autoridades locales, entre ellas Melissa Segura, secretaria de Cultura del Estado, quien recordó la importancia del festival para la comunidad, su capacidad de unir a personas de todas las edades y procedencias en torno a un mismo amor por el arte.
Victoria Kune, presidenta del patronato del FISL, agradeció a los asistentes por su continuo apoyo, reafirmando el lugar que ocupa este evento en el corazón cultural del estado.
Por último, el gobernador Samuel García declaró inaugurado el FISL, quien hizo hincapié en el valor de la cultura.
“vamos a tener a diario estos eventos de artistas de Francia, de Italia, de Camboya, de muchos lugares del mundo y lo hacemos con el único fin de que la gente de la ciudad de Monterrey pueda venir a gozar, a pasarla bien”.
Espectáculo en las alturas
Imagina que el aire de la noche está cargado de expectación, pero no todo sucede en el escenario. En un instante, el público deja de mirar hacia el frente y, como por un hechizo, todas las miradas se desvían hacia la explanada: ocho figuras vestidas de blanco corren de un lado a otro, hablando en un idioma desconocido, como si el viento les trajera voces de otros mundos.
Son los artistas del Cirque Inextremiste, un grupo que parece no seguir ninguna lógica más que la del caos organizado. Con una tuba de elefante y un piano que apenas se sostiene sobre sus patas, dan inicio a un espectáculo que desafía cualquier intento de descripción.
Todo ocurre a la vez. Dependiendo de dónde estés parado, puedes ver algo diferente. Hay quienes siguen la música, otros siguen el movimiento, pero todos, sin importar dónde miren, sienten lo mismo: una energía que te envuelve, como si el aire mismo estuviera conspirando para que nada pase desapercibido.
Y entonces, sin previo aviso, de esas manos inquietas empiezan a desplegar una tela enorme. Desde el primer momento, puedes oler la promesa de algo grandioso. Pero es solo cuando el globo descansa completamente extendido en el suelo que entiendes que lo que está por venir quizá sea más de lo que estabas preparado para ver.
Mientras juegan con un abanico gigante, llenan el globo de aire. La estructura crece y crece, hasta que apenas puedes seguir el ritmo de lo que ocurre a tu alrededor.
De repente, un sonido te distrae. No lo ves al principio, pero lo escuchas: fuego, rugiendo antes de que siquiera puedas voltearte para ver la llamarada que brota, amenazante y fascinante a la vez.
Con el aire caliente llenando el globo, llega ese instante que te pone la “piel de gallina”. Como un perro inquieto al que se le escapa la correa, el globo busca su libertad en los vientos regiomontanos. Por un segundo, piensas que podría escapar, elevarse por encima de los cerros que rodean la ciudad, y quizás, solo quizás, decidir asentarse en una de esas montañas y convertirse en un nuevo cerro: el Cerro del Globo, pero no, no tuvo esa suerte.
Estaba amarrado, y aunque se elevó con un deseo de libertad, quedó suspendido, cautivo entre la tierra y el cielo.
Y como si fuera una burla del destino, el artista de la tuba de elefante, que se había acercado demasiado, quedó atrapado en el ascenso del globo. El público miraba asombrado mientras lo veías elevarse junto con la imponente estructura, y abajo, sus compañeros le gritaban algo que, en medio del bullicio, parecía un juego de palabras entre el pánico y la ironía. “Stop to play and start to pray”, aunque, quizás tú entendiste otra cosa. «Stop to play and start to cry,» algo que, dado el contexto, podía tener todo el sentido del mundo.
Tras algunos momentos de tensión, lograron bajar el globo, pero los artistas, esos locos escapistas que parecían no temer a nada, no podían quedarse quietos, lo dejaron ir de nuevo, llevándose consigo a más compañeros.
El globo, una vez más, buscó los cielos y regresó prisionero, hasta que finalmente fue vencido y desinflado, mientras los artistas, ahora exhaustos, cantaban una canción que parecía sacada de los pasillos de un viejo hospital psiquiátrico, con un toque de humor que rozaba lo macabro.
El espectáculo culminó con un agradecimiento sencillo al público, una sonrisa y una promesa: “Nos vemos pronto”.
Así, con esa mezcla de caos, magia y desafío a lo ordinario, comenzó el Festival Internacional de Santa Lucía 2024.
Texto: Kevin Uriel Moreno Reyes
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